Estos últimos días he estado siguiendo el Mundial masculino de balonmano (donde nuestra selección ha conseguido la medalla de bronce) y me he percatado de una curiosa circunstancia que, desde mi punto de vista, se cumple siempre en todos los eventos deportivos: nuestros equipos nacionales siempre comienzan los partidos (o pruebas) perdiendo.
No me refiero a perder en el sentido de ir por detrás en el marcador, sino más bien desde otro punto de vista que tiene dos componentes esenciales: uno anímico y el otro burocrático.
Si nos fijamos en este último, salta a la vista que la mayoría de federaciones internacionales no cuentan con representación significativa de nuestro país, lo cual revierte en un escaso "peso" dentro del panorama competitivo.
A nadie se le escapa que en determinados deportes ha existido trato de favor con algunos países dependiendo de la nacionalidad de los dirigentes de dicha federación, mientras que España siempre ha estado en un segundo (o tercer o cuarto...) plano dentro del panorama mundial del deporte (sriva como ejemplo la vigente campeona de la Eurocopa y el Mundial de fútbol, y los Mundiales de 2018 y 2022 van para Rusia y Qatar).
Y en cuanto al plano anímico, me estoy refiriendo a la escasa presencia de seguidores españoles en las gradas de cualquier evento deportivo y con independencia del lugar donde se celebre, lo que nos deja siempre en clara desventaja con nuestro rival.
A excepción del fútbol, y quizá del baloncesto, en el resto de deportes la presencia de espectadores que apoyan a la selección española en las gradas no va más allá de los familiares y amigos de nuestros deportistas, todo ello sin recibir ni una mísera ayuda por el lado de nuestras federaciones nacionales.
Y ya que hablamos del Mundial de balonmano celebrado en Suecia, resulta obvio que pueda haber 8.000 espectadores daneses o noruegos, dada la cercanía geográfica, pero que haya 2.000 franceses no resulta tan "lógico" cuando los españoles no pasaban (según la imágenes de televisión) del medio centenar de espectadores.
Ahora bien, a pesar de todas estas "adversidades", tengo clara una cosa: tiene que ser un gustazo que todo el estadio te mire como un bicho raro al comienzo de la competición pero, como viene siendo habitual en los últimos años con el deporte español tanto masculino como femenino, cuando el árbitro indica el final esas 20 ó 30 camisetas rojas terminan siempre dando saltos de felicidad y festejando un nuevo triunfo, todo ello sin "ayudas" desde las altas instancias.
domingo, 30 de enero de 2011
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